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March 28, 2024

TODOS SOMOS MIGRANTES

Mi abuelo Theodor Gustav Schumacher Jung.

Por Lic. María Esther Schumacher

Theodor Gustav Schumacher y su esposa, Esther Muñoz de Schumacher.

Siempre me ha interesado la historia de mi familia. Soy historiadora. Me pasé la mayor parte de mi vida profesional en la academia investigando. Ahora decidí escribir lo que siempre había deseado, mi historia familiar en una visión particular y tal vez un poco novelada.

La convicción de que casi todos los habitantes del planeta somos migrantes, recién llegados, de primera, segunda o tercera generación, es una herencia familiar. Si buscamos en nuestras historias encontraremos que descendemos de migrantes, del campo a la ciudad, de un estado a otro en el propio país, o de un lugar del mundo a otro. Encontraremos que tenemos raíces en culturas que ni nos imaginamos.

Hace poco tiempo escudriñando en unos papeles viejos de la biblioteca de mi padre encontré documentos, cartas y fotografías que me llevaron a escribir sobre mi familia, mis antepasados. Mi abuelo Theodor Gustav Schumacher Jung el migrante original, bajó de un barco, un soleado y caluroso día en el puerto de Veracruz. Tenía 28 años y se había embarcado en el puerto de Hamburgo en su tierra natal Alemania. Sus razones para migrar a México, semejantes a las de cualquier otro migrante que deja su patria, buscar una vida mejor. Mi abuelo quería sobrevivir a una enfermedad, el asma, para la cual la medicina de fines del siglo XIX no tenía cura. Había sufrido una fuerte crisis. Su médico le había dicho que la ciencia no podía hacer nada por él, pero que algunos colegas suyos estaban investigando sobre el efecto de un clima más benigno en los asmáticos y que habían encontrado resultados prometedores. Su familia, hermana y padres lo alentaron para que tomara la decisión de dejar su hogar.

El joven abogado Theodor, encontró un lugar prometedor, en donde había ya un grupo considerable de alemanes, México. Se comunicó con ellos y se embarcó hacia el país en donde se establecería y formaría una familia. Veracruz le pareció el paraíso, el clima que necesitaba, caliente, la vegetación exuberante y las personas que esperaban al barco, los mexicanos, muy cordiales, alegres y serviciales. Mi abuelo Schumacher hablaba español, inglés y francés además de su nativo alemán. No tuvo ninguna dificultad para comunicarse con los costeños. A los pocos días ya había encontrado una forma de trasladarse a la ciudad de México que era su destino final.

En el trayecto, hizo una escala en Huatusco. Ahí se habían establecido un grupo de alemanes que se dedicaban a cultivar café. Esta comunidad lo recibió, y tras enseñarle sus tierras, sus casas y sus familias, le ofrecieron toda clase de consejos sobre el país al que llegaba y desconocía.  Continúo su viaje hacia la ciudad de México, donde ya lo esperaban un grupo de compatriotas con los que había tenido contacto, En una de las cartas que escribió a su hermana Elizabeth, describe lo bello y majestuoso que le parecieron los edificios coloniales y las innumerables iglesias barrocas del centro de la ciudad de México.

La Colonia Alemana en México, recibió a mi abuelo Theodor como miembro de la asociación, que se dedicaba a actividades sociales. Conoció a Horst, un paisano que llevaba varios años en México. Era biólogo y había trabajado en un colmenar cultivando miel. Le propuso a mi abuelo un proyecto. Cultivar miel para exportarla a Alemania. Horst había encontrado el lugar ideal, Acapantzingo, una hacienda en el estado de Morelos que estaba en venta.

Acapantzingo  tenía un clima templado, ideal tanto para las abejas como para el abuelo Theodor. Fueron al lugar y mi abuelo se enamoró de Acapantzingo.  Ahí vivió gran parte de su vida con un negocio próspero que le permitía vivir tranquilo. El asma desapareció, el cuidado del colmenar le daba tiempo para hacer lo que más le gustaba, escribir sobre asuntos internacionales para periódicos en Europa y en México.

Venía a la ciudad de México a menudo a buscar su correo, a los trámites con los bancos y con las oficinas de la naviera que se encargaba de llevar las cajas con frascos de miel a Frankfurt y a su pueblo natal, Darmstadt. En la ciudad visitaba a los amigos de la Colonia Alemana que habían fundado el Colegio Alemán Alexander von Humboldt, el Club de remo Antares y algunas obras sociales para ayudar a los compatriotas y a grupos de mexicanos que lo necesitaran. Theodor se sentía solo en su rancho en Acapantzingo.  Contaba con la compañía de Horst, su socio, pero él ya se había llevado a su mujer y sus hijos a vivir al rancho. En un par de años cuando el proyecto del colmenar se había completado y funcionaba muy bien, Horst decidió regresar a Alemania.

Mientras tanto el abuelo Schumacher iba a menudo los domingos a Cuernavaca a los conciertos que en el kiosco del jardín central reunían a una buena cantidad de jóvenes. Ahí conoció a la mujer de su vida, mi abuela Esther Muñoz. Chaparrita, morena, de pelo negro y grandes ojos también negros. Era inteligente, sabía leer y escribir bien y era muy buena para los números, algo no común en las mujeres de su época.

Esther era joven, aunque ya era viuda y tenía una hija de 10 años.  Theodor y Esther decidieron casarse y mi abuelo adoptó como hija, de acuerdo con la legislación alemana, a la niña Esperanza.

Mi tía Esperancita a quien conocí y quise mucho, fue quien guardó papeles y fotos que me permiten reconstruir la historia de mi familia. La abuela y la tía Esperancita, se fueron a vivir al rancho. Ahí mi tía, según relataba, fue muy feliz. El abuelo fue un verdadero padre para ella y además de quererla mucho, le dio una educación que después en su vida adulta le sería de mucha utilidad.

El 4 de diciembre de 1914 nació el primer Schumacher mexicano, mi papá Teodoro Schumacher Muñoz. Hijo de un migrante alemán.

Lic. María Esther Schumacher realizó su especialización en Estudios Latinoamericanos. Facultad de Filosofía y Letras UNAM. Profesora de la UAMX y la UNAM. Directora de Cultura y Medios de Comunicación. Programa para las Comunidades Mexicanas en el Extranjero. Secretaría de Relaciones Exteriores de 1990 a 2000. Editora del periódico bilingüe “La Paloma”.