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April 17, 2024

Todos somos migrantes

Trozo de mi vida 

MI MAMÁ

Por Lic. María Esther Schumacher

Josefina García de Schumacher

Antepasadas. Mujeres de mi familia que conocí. Mi abuela paterna, mi tía Esperanza Schumacher y mi mamá.  Las tres especiales para mí y las mujeres que más influyeron en mi vida adulta. Sin duda para todos los hijos su madre es un ser especial. Nos parió, nos amamantó, nos cuidó con el cariño que sólo una madre puede dar y fue factor importante en nuestra vida.

Hay una pregunta muy difícil de responder para una hija. En este caso, yo. Además de lo dicho anteriormente, ¿qué hizo a mi madre tan especial para mí? Creo que para cada hijo su madre es diferente, no porque lo sea, sino porque los hijos lo somos y tenemos una visión diferente sobre ellas. La relación madre-hija. Complicada. Tal vez por eso, más valiosa.

Mi madre Josefina García Figueroa nació en junio de1919 en Tingüindín, Michoacán, en un pueblo muy pintoresco. No creció ahí porque cuando tenía 6 años murió su mamá, Balbina Figueroa de una infección después del parto de su tercer hijo. Mi mamá fue la mayor y tuvo dos hermanos que casi no conoció. Un futuro nada fácil le esperaba. Su padre Crecencio García, mi abuelo, hizo lo que la mayoría de los hombres de aquella época, a los dos meses de enviudar se casó con una solterona que aceptó gustosa el matrimonio con las consiguientes ventajas económicas, pero no a sus tres hijos.

El abuelo Crecencio no sabía, ni podía ni quería vivir solo y hacerse cargo de una casa y sus tres pequeños hijos. No sé casi nada de él porque ni siquiera he visto una foto suya. Sé que tanto él como mi abuela Balbina venían de familias grandes con negocios, básicamente tiendas de abarrotes tanto en Tingüindín como en pueblos cercanos. Tenían muchos parientes que habían migrado a la ciudad de México con los que mantenían contacto permanente. Mi abuelo Crecencio decidió que lo mejor era deshacerse de sus hijos. A mi madre Josefina la mayor y a su hermano Francisco, el segundo los mandó a la ciudad de México con los parientes de la abuela Balbina. El más chico, mi tío José se quedó bajo el cuidado de la nodriza del pueblo y ahí creció. Mi tío Francisco se fue con un pariente no muy cercano que no tenía hijos y que tenía una enorme plantación de caucho en Belice. Este señor, cuyo nombre no sé, lo mandó a la escuela y a los doce años se lo llevó a la selva a administrar la plantación.

Mi madre por ser mujer les dio más trabajo a los parientes, muy  religiosos, mochos y en extremo conservadores, decidieron que lo mejor era mandar a mi mamá a un internado de monjas, en donde harían de ella una buena mujer católica. Hasta la fecha no olvido la horrible experiencia que mi mamá, a los 7 años, vivió en ese internado lleno de mujeres malhumoradas y frustradas sin ninguna empatía por las niñas y su cuidado. Un día les sirvieron a las niñas del internado  un plato de acelgas guisadas. Ahí encontró mi mamá un gusano, le dio asco y horror. Su reacción fue levantarse de la mesa llorando de miedo y salir corriendo. El castigo fue ejemplar. Una monja sacó el gusano del plato y la obligó a comerse todas las acelgas. La llevaron con la madre superiora quien decidió el castigo. Tenía que ir a la capilla, hincarse con los brazos extendidos y un plato con agua en cada mano. Debía rezar para que Dios la perdonara por su mal comportamiento.

Lic. María Esther Schumacher

Cuando mi mamá contaba esta historia no se acordaba de lo que había pasado después, salvo que le contaron que se había desmayado. Las monjas, para curarse en salud, llamaron al sacerdote del convento, tío de mi mamá, quien se suponía que la cuidaría. La superiora le pidió al tío cura que se llevara a mi mamá con un médico, seguro no estaba sana. Mi mamá nunca pudo volver a probar acelgas y les siguió teniendo miedo toda su vida a los gusanos y luego a las víboras.

Otra vez los parientes de mamá se enfrentaban al problema de qué hacer con la huérfana Josefina. La parentela decidió que se debía ir a vivir con su tía Leonor, prima de mi abuela Balbina que era  viuda con una hija de la edad de mi mamá. La tía Leonor aceptó acoger en su casa a mi mamá y la familia a cambio le pediría a mi abuelo Crecencio que enviara dinero para la manutención de su hija Josefina. Cosa que creo que sucedió.

A mí, tan materna, que quiero tanto a los niños y que tuve la suerte de tener a mi mamá muchos años, me cuesta trabajo relatar la vida tan difícil y triste que tuvo que enfrentar durante toda su infancia y adolescencia. Para todos los parientes, Josefina era la pobre huérfana de la familia que había que compadecer y ayudar. Nunca conoció el amor de una madre, ni siquiera de alguna de sus múltiples tías, muchas de ellas solteras, que tuviera instinto materno. Mi madre nació con un enorme amor maternal que nosotros sus hijos, sus nietos y sus bisnietos recibimos a raudales.

Cuando yo era niña conocí a la tía Leonor a quien mamá visitaba y siempre le llevaba alguna cosa. Para mí era una vieja vestida siempre de negro que se pasaba rezando en su casa e iba todos los días a misa y al rosario. Me acuerdo que a mí me daba  pavor. Mi madre vivió en la casa de su tía Leonor y su prima Esther, durante varios años. Fue a la primaria. Un día mi mamá y su prima Esther deben haber hecho alguna travesura que a la vieja Leonor enfureció y le rompió a mi mamá una silla en un brazo que, claro, le rompió. Otra vez la parentela al rescate. Como ya era una joven mujer les costó trabajo encontrar a un pariente que la quisiera acoger.

Apareció este pariente, un sobrino de mi abuela Balbina que se había quedado viudo y  vivía con su madre, Dolores Figueroa. Tanto la tía Lola como el tío Jesús Barragán aceptaron gustosos llevarse a mi madre a vivir a su casa. Sería una excelente compañera para la también huérfana Elisa Barragán, la Güera.  Ahí pasó mi madre los mejores años de su vida hasta ese momento. Ambas primas hicieron una amistad que duró hasta que murieron. El tío Jesús le propuso a mi mamá que estudiara para maestra en la Normal. La razón era que no quería que se quedara sin una carrera con qué mantenerse cuando él ya no estuviera.

La Gúera no quiso estudiar pero a veces acompañaba a mi mamá a la Normal. ¿Por qué estudiar para maestra?, porque en esos años era la única carrera en la que una señorita decente podía trabajar. En este momento la vida de mi mamá cambió para siempre. Conoció a mi papá, Teodoro Schumacher, se enamoraron, y mi mamá jamás volvió a sufrir como en su infancia. Su vida fue totalmente diferente.

 Lic. María Esther Schumacher realizó su especialización en Estudios Latinoamericanos. Facultad de Filosofía y Letras UNAM. Profesora de la UAMX y la UNAM. Directora de Cultura y Medios de Comunicación. Programa para las Comunidades Mexicanas en el Extranjero. Secretaría de Relaciones Exteriores de 1990 a 2000. Editora del periódico bilingüe La Paloma.