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April 19, 2024

Todos somos migrantes

Trozos de mi vida (Sin tí )

MI MADRE Segunda parte

Por Lic. María Esther Schumacher

Ciudad de México – 7 ago – Antepasadas. Mujeres de mi familia a las que conocí. Mi abuela paterna, mi tía Esperanza Schumacher y mi mamá. Las tres especiales para mí y las mujeres que más influyeron en mi vida adulta.

Cuando mi mamá tenía 18 años, su vida volvió a cambiar. Terminó de estudiar para maestra. Conoció a mi papá, Teodoro Schumacher y después en 1941, se casaron. Por fin tuvo un hogar propio y con el tiempo una familia, su esposo y sus tres hijos. Sin embargo los retos que tuvo que enfrentar para convertirse en Josefina García de Schumacher, no fueron triviales.

Las familias de ambos eran muy diferentes. Mi mamá con muchos parientes, muy conservadores, muy católicos y poco cultos. La familia de mi papá muy pequeña, mamá, hermana y él. Educado en el Colegio Alemán, hablaba inglés y alemán, claro, tocaba el piano y conocía las tradiciones y costumbres de su padre. Además siempre fue el hijo consentido de mi abuela Esther. A pesar del amor que siempre unió a mis padres, mi abuela Esther Schumacher, la suegra de mi mamá nunca la aceptó simplemente porque no era de origen alemán. Sin embargo tuvo que ceder al ver que mi papá realmente quería a mi mamá.  Nunca fue una abuela amorosa y mucho menos una suegra cariñosa.

Recuerdo que durante toda mi infancia mi mamá era una mujer feliz. Siempre de buen humor nos cuidaba, jugaba con nosotros y le gustaba que invitáramos amigos a la casa. De las labores “propias de su sexo”, no le entusiasmaba ir al mercado ni cocinar (cosas que a mí me encantan). Sin embargo era extremadamente limpia y ordenada. Es la única persona que he conocido que limpiaba arriba de las puertas y atrás de los cuadros y que periódicamente limpiaba todos los libros de la biblioteca y los acomodaba en su lugar. También sabía coser, bordar y tejer (cosas que yo nunca he hecho).  Cuando ya nosotros éramos adolescentes, mi papá compró el Rancho. Un nuevo reto para mamá.

Josefina Gsrcía Figueroa de Schumacher

El Rancho estaba medio derruido. Había que reconstruir, pintar, limpiar y arreglar los jardines, ya sin plantas. Todas estas actividades le encantaban y las siguió haciendo hasta que era ya muy vieja. Mi relación con mi mamá desde mi adolescencia hasta mi juventud no fue fácil. Yo soy la única mujer y la mayor de mis hermanos y mi papá siempre me consentía y aunque tenía muy buen carácter y casi nunca se enojaba, con mis dos hermanos era un poco más duro.  Me convertí en una mujer que, además de pertenecer a una generación que se distanció de las costumbres y tradiciones de sus padres (los hippies en EU), fui al Colegio Alemán, aprendí inglés y alemán (mi mamá no sabía otro idioma) y con la anuencia de mi papá y mi carácter un poco rebelde, siempre me sentí libre. A los 16 años ya manejaba, a los 18 creo, ya tenía coche y luego de la prepa decidí estudiar Ingeniería Química. Ambas cosas le parecieron a mi mamá bastante poco adecuadas para su única hija.

Ya en esos años mi madre era felizmente dependiente de mi papá y sólo externó su preocupación por mí. Al final, aceptó con orgullo que su hija estudiara en la UNAM. Mi papá, tal vez en su afán por hacerla feliz y dado que, como era de esperarse, mamá era bastante insegura, le facilitó todo en la vida lo que sí, la hizo feliz, pero también infeliz cuando papá murió muy joven, a los 58 años. En ese momento cambió, una vez más, la vida de mi mamá, de pronto se había quedado  sin su marido y sin su guía en la vida.

También la muerte de papá cambió la relación entre mi mamá y yo. Me di cuenta de que nos necesitábamos. Yo tenía dos hijos chicos y en ese momento me estaba separando de mi primer marido. Las dos mujeres de la familia estrechamos nuestra unión y compartimos como  nunca antes nuestras vidas. En esa época mis hermanos estaban solteros y se quedaron viviendo en la casa paterna. Yo en mi casa, divorciada y con una beca, estudiaba una nueva carrera en la UNAM. Siempre me asombró  la capacidad de mi mamá para brindar amor a los niños. Cómo sin haber conocido en su infancia la ternura de una madre era capaz de brindarla. Con mis tres hijos fue siempre más que una abuela, una segunda madre los cuidaba, apapachaba y consentía. Años más tarde le tocó vivir con sus bisnietos.

En los últimos años de su vida se dedicó a quererlos y apapacharlos. Para mi estos años en los que compartí con mi mamá las labores de la casa, el cuidado de mis hijos, las compras del súper y desde luego los fines de semana en el Rancho son memorables. Por último puedo decir que aunque la tuve gran parte de mi vida, me hace mucha falta. Extraño su capacidad de querer y cuidar a los demás con una paciencia infinita. Mi madre, esa niña que lo único que recordaba de su mamá, mi abuela Balbina, era que cuando se estaba muriendo una persona le había dicho: “Finita deja de brincar con la reata, tu mamá está muy enferma y le molesta”.

Profesora de la UAMX y la UNAM. Directora de Cultura y Medios de Comunicación. Programa para las Comunidades Mexicanas en el Extranjero. Secretaría de Relaciones Exteriores de 1990 a 2000. Editora del periódico bilingüe La Paloma.