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November 14, 2024

Sobrevivieron a dos huracanes seguidos, pero sus vidas quedaron paralizadas

La indígena miskita Hamlyn Ávila Krik, (i), junto a su sobrina (d), observan hoy viernes la vivienda donde habitaban y que fue destruida por el paso del huracán Iota, el pasado 16 de noviembre en Bilwi. EFE/Erika Perez

Managua, 20 nov (EFE).- En la zona de Nicaragua que recibió la peor parte del impacto de los huracanes Iota y Eta las personas agradecen a Dios porque hasta ahora no hubo muertos, sin embargo, para algunos de los sobrevivientes, sus vidas continúan paralizadas varios días después del desastre.

Este es el caso de Hamlyn Ávila Krik, una indígena miskita de 27 años, que al recurrir a la lengua castellana le faltan palabras para expresar la situación en la que se encuentra su familia, tras el impacto de dos huracanes con vientos de hasta 260 kilómetros por hora en un lapso de 13 días.

“Mi casa se destruyó, todo, todo, todo, no tenemos para reconstruir, nada, nada, nada”, dijo a Efe, Ávila Krik, cuya lengua materna es el miskitu, propia de una de las poblaciones indígenas más extensas de la Región Autónoma Caribe Norte (RACN) de Nicaragua, donde el Eta tocó tierra el pasado día 3, seguido por Iota el 16, ambos en categoría 4 en la escala Saffir-Simpson, de un máximo de 5, aunque el segundo sí desarrollo dicha fortaleza antes de ingresar.

Cuando la indígena quiso decir “todo, todo, todo”, se refirió a que su casa, quedó hecha escombros y su familia no pudo recuperar nada de lo que estaba dentro, sea porque se lo llevó el viento, o porque quedó arruinado.

“El primer huracán se nos llevó el zinc, todo, el segundo huracán se lo llevó todo, todo, no dejó nada de nada”, explicó Ávila Krik, vía telefónica desde Bilwi, la ciudad más impactada, con pausas que hacían difícil saber si eran causadas por la frontera del idioma o para detener un sentimiento de impotencia, aunque varias veces se le escuchó sollozar.

La mujer forma parte de una familia de cuatro mujeres, dos varones, y dos menores, que lograron superar el golpe de Eta “parchando” con ripios el techo, pero que con el Iota sus vidas quedaron paralizadas, porque no tienen casa, comida, ni ropa, y el único con empleo, su papá, deberá esperar diez días más para obtener su salario mensual, 2.700 córdobas, equivalentes a 77,74 dólares, que gana como vigilante.

CONDICIÓN SE REPITE

“Estamos durmiendo donde una vecina, ella nos comparte comida, mi hermano es maestro, pero no encuentra trabajo, antes salía a los Cayos (Miskitos), pero tampoco hay trabajo, y nosotras (las mujeres) nada, ayudamos a otros y nos dan comida, pero no tenemos nada, nada, nos quedamos…”, dice la mujer, antes de guardar un angustiante silencio. “Estamos vivos gracias a Dios”, agrega.

Ávila Krik y su familia se salvaron porque que salieron corriendo de su casa pocas horas antes de que Iota la derribara. Una vez refugiados donde la vecina, sólo escucharon cómo todo se venía abajo. “Sólo pedíamos a Dios que no sucediera eso, pero qué íbamos a hacer. Lloramos por la casa, pero siempre orando a Dios, que nos salvó la vida”, afirmó.

La de Ávila Krik no es la única familia en estas condiciones. Según datos del Ministerio de Hacienda y Crédito Público, solamente el huracán Eta destruyó totalmente 1.890 viviendas, y otras 8.700 resultaron con daños parciales, lo que sumó pérdidas por 15 millones de dólares.

No obstante, el costo de los daños causados por Eta podrían duplicarse o triplicarse, según ha dicho el ministro de Hacienda, Iván Acosta, si se suman los efectos del huracán Iota, que tumbó lo que su antecesor dejó en pie, y cuya destrucción no ha sido calculada.

A falta de conocer el alcance de la destrucción, se teme que comunidades indígenas como Haulover, Prinzapolka, Wawa Bar o Karatá, que estaban en reconstrucción tras ser impactados por Eta, hayan quedado casi devastadas con Iota.

Los comunitarios sobrevivieron porque evacuaron sus casas antes de cada huracán, sin embargo, el tiempo se les agota para unos 38.000 de ellos encontraron refugio temporal en Bilwi, pero una parte no ha recibido ayuda y tampoco sabe dónde ir cuando que abandonen el lugar, pues sus vidas están paralizadas tras perderlo “todo, todo, todo”.