México, 25 jun (EFE).– Al recordar su brutal combate con Mariana Juárez, del cual se cumplirán 20 años este domingo, la mexicana Ana María Torres se ve a sí misma como una loba herida que, a pesar del dolor, marcó en el ring de boxeo su territorio de mujer grande.
“En el tercer o cuarto asalto pegué en la cabeza de Mariana y sentí que algo se rompió. Fue fractura del metacarpio, pero no le dije a mi esquina, aguanté y dolor y gané por decisión unánime”, recordó la púgil este sábado en entrevista a Efe.
Torres pasó a la historia como una de las mejores boxeadoras de América Latina. Su leyenda, iniciada con tres pleitos ante la “Barby” Juárez, se agrandó con sus 28 triunfos, 16 por nocáuts, ante tres derrotas y tres empates.
La trilogía de combates contra Juárez marcó la carrera de la “Guerrera”, quien derrotó a su oponente en julio de 1999 en su debut profesional, empató cinco meses después y volvió a ganar, el 26 de junio del 2002 en el Salón 21 de la capital.
“Unos días atrás Marco Antonio Barrera venció a Erick “El Terrible” Morales; en esos tiempos la rivalidad entre ellos estaba en su apogeo. Marco apoyó a Mariana y Erick a mí. Gané, sin embargo, no pude celebrar porque me llevaron directo al hospital.
La pelea que cerró la trilogía también pudo ser el final de la carrera de Torres. El cirujano que la operó le aseguró que no iba a poder seguir como boxeadora, ante lo cual ella se rebeló y ocho meses después ya estaba de vuelta.
“Lloré mucho. Un día me encontré al campeón mundial Lupe Pintor, quien tuvo un accidente de moto y me dijo: ‘no te preocupes, los huesos sanan y si te cuidas, vas a regresar’. Me cuidé y siguió mi historia”, cuenta.
Antes de la fractura de la mano hace dos décadas, Ana María conoció de dolores y abandonos. Su padre se fue de la casa y junto con su madre y nueve hermanos, la mujer le vio la cara al hambre.
“Practiqué taekwondo, gané dos torneos, pero era caro y no pudimos seguir. Mi mamá era admiradora del campeón Julio Cesar Chávez y me obligó a practicar boxeo, me empezó a gustar y así se empezaron a dar las cosas”, cuenta.
El primer pleito de la niña Ana María fue en la escuela primaria. Un niño la molestaba, ella lo golpeó y así se hizo respetar, sin embargo, nunca pensó en ser boxeadora porque su sueño era ser maestra de ballet o de una escuela.
No fue Torres la bailarina del cuadrilátero, la elegante de buenos ganchos y “uppers” virtuosos. Impuso respeto como fajadora, con una pegada fuerte, personalidad, una capacidad casi animal para soportar los dolores y un estilo que empezó rústico y afinó con trabajo.
“A la hora de correr, daba el extra, le ganaba a hombres como el “Terrible” Morales y me entrenaba cinco horas al día. En la noche perfeccionaba la defensa; repetía, 20, 50 veces, los golpes rectos, los volados, los movimientos de cintura y fortalecía las abdominales”, revela.
Ana María sufrió tres derrotas, en el 2004 ante la mexicana Ivonne Muñoz, en un pleito en el que se vio desconcentrada, y ante las coreanas Kwang Ok Kim, en 2006 y Myung Ok Ryu, en 2007, con las que peleó cansada, en Corea de Norte.
“Tuve que ir a Corea del Sur y viajar en camión al Norte. Dormí en el piso en una cabaña, con una almohada dura, me levanté magullada y la comida era fría; pollo con plumas, una enorme calabaza con ginseng y fideos que no me pude comer”.
Después de Juárez, otras grandes peleadoras de la primera década del siglo conocieron del poder de la “Guerrera”. La tailandesa Usanakorn Kokietgym, la mexicana Jackie Nava, la alemana Alesia Graf, la japonesa Naoko Yamaguchi y la estadounidense Ava Knight, entre otras grandes, estuvieron entre sus víctimas.
Muchos años después Ana María dejó el boxeo, se convirtió en madre de dos hijos y abrió un gimnasio. La que se levantó de dolores, hoy se los evita a decenas de jóvenes de su pueblo, que en su academia dejaron vicios y si bien no se hicieron campeones mundiales, están derrotando al rival sucio llamado pobreza.