Ciudad de México, 30 jul (EFE).– Aunque es el erudito presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, el novelista Gonzalo Celorio es una especie de picador de piedra de la literatura, cuyos libros salen más bellos si su perseverancia de constructor es mayor.
“A la pregunta sobre si me gusta escribir, diría que no, pero no entendería la vida sin haber escrito. A mí lo que me gusta es la última parte, cuando ya el texto está. Eso es como tener la casa construida; entonces uno se dedica a elegir el tapiz y el color de la pintura”, aseguró Celorio este sábado en una entrevista a Efe.
Después de escribir “Los Apóstatas”, una novela dolorosa con un toque íntimo y humano, Celorio acaba de publicar “Mentideros de la memoria”, un volumen a mitad de camino entre el testimonio, la ficción y el ensayo.
En la obra, editada por Planeta, el autor desvela los detalles de sus encuentros con varios de los principales escritores del siglo XX, Julio Cortázar, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Augusto Monterroso y Dulce María Loynaz, entre otros.
“Algunos textos han sido dolorosos porque yo no estaba nada más recordando acontecimientos, sino reflexionando y poniéndolos, no frente a mi espejo, frente al de ellos. Eso fue lo que ocurrió con Bryce Echenique, un escritor al que admiro, al que quiero, con el que hubo una decepción cuando fue acusado de plagiario”, confiesa.
Se refiere a la séptima pieza del libro, “Gracia y desgracia de Alfredo Bryce Echenique”, en la que Celorio alaba el magnetismo del autor peruano, elogia su obra, pero no justifica sus plagios.
En uno de los momentos más emocionantes de su nueva obra, el autor mexicano confiesa que su vida se dividió en dos: antes de J.C y después de J.C. Es algo que no tiene que ver con ningún Mesías, sino con el argentino Julio Cortázar, a quien adoró y conoció al final de la vida del creador de “Rayuela”.
“Siempre se ha dividido la historia de la cultura occidental en antes de J.C (Jesucristo) y después de J.C. Eso lo aprovecho para hablar de la impronta que dejó Cortázar en mi formación porque coinciden esas iniciales. Son para mi iniciales muy importantes porque no creo que haya habido un escritor que haya modificado de manera tan significativa mi vida y mi concepción de la literatura”, revela.
“Imposible no ver a La Maga, con su gusto por el mirlo, por el color amarillo, por el Pont des Arts, en la mujer que amamos”, escribió Celorio sobre el emblemático personaje de la novela de culto “Rayuela”.
UNA BUENA MEMORIA
A sus 74 años, Gonzalo Celorio disfruta más releer que leer. Su nuevo libro es consecuencia de eso y también de su buena memoria.
“Soy muy memorioso y no nada más eso. Me tomo la tarea de escribir las cosas importantes que me suceden; no soy precisamente un diarista, no escribo mi diario, pero sí estoy escribiendo continuamente a propósito de lo que me sucede, de las personas que he conocido, de los libros que leo”, confiesa.
En “Mentideros de la memoria”, el tímido Rulfo se suelta a hablar de literatura, el semiólogo italiano Umberto Eco duerme una siesta de un minuto y toca tambor en un antro de la capital mexicana y, en un encuentro con Borges, Arreola solo permite que el argentino intercale algunos silencios.
Desconfiado de la tiranía de los géneros, Celorio desplaza la pluma de manera libre durante 262 páginas y el resultado es un homenaje a los maestros, con más crítica literaria que indiscreciones.
“A mí no me interesa la vida de los escritores de no ser por su obra literaria. No me importa si era tímido un señor llamado Juan Rulfo; me interesa cómo esa timidez tiene que ver con su obra, porque en última instancia el objeto de mi pasión y mi estudio no es el escritor, sino la escritura”, confiesa.
Celorio cuenta un secreto: él fue quien escribió el discurso en el que el ahora expresidente de México Vicente Fox cometió el error de decir José Luis Borgues en vez de Jorge Luis Borges. En “El discurso desoído”, otra de las propuestas del libro, diserta sobre el resbalón del mandatario.
Cada mañana durante cuatro horas Celorio junta palabras como quien saca piedras de una cantera. Las ordena casi con sudor y sufre durante meses o años porque es un escritor lento, al que le cuesta dejar limpia su prosa. Al final viene lo bueno, crea bellezas como quien decora una casa.
Entonces aparece la poesía. Como sucede en “Mentideros de la memoria”, Celorio escribe de la condición balsámica y esperanzadora de las palabras, compara la capacidad de fabular de cierto autor con un río o revela algo que sienten los adoradores de Cortázar: El autor de “Rayuela” escribe para cada lector en particular.