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May 3, 2024

Espacio Poético

Por: Sonia M Martin

Aceituneros

Andaluces de Jaén,

Aceituneros altivos,

decidme en el alma: ¿quién,

quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,

ni el dinero, ni el señor,

sino la tierra callada,

el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura

y a los planetas unidos,

los tres dieron la hermosura

de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,

dijeron al pie del viento.

Y el olivo alzó una mano

poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma: ¿quién

amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,

no la del explotador

         que se enriqueció en la herida

generosa del sudor.

No la del terrateniente

que os sepultó en la pobreza,

os pisoteó la frente,

 os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán

consagró al centro del día

eran principio de un pan

que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,

los pies y las manos presos,

sol a sol y luna a luna,

pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos

pregunta mi alma: ¿de quién,

de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava

sobre tus piedras lunares,

no vayas a ser esclava

de todos tus olivares.

Dentro de la claridad

del aceite y sus aromas,

indican tu libertad

la libertad de tus lomas.

No quiso ser

No conoció el encuentro

del hombre y la mujer.

El amoroso vello

no pudo florecer.

Detuvo sus sentidos

negándose a saber

y descendieron diáfanos

ante el amanecer.

Vio turbio su mañana

y se quedó en su ayer

No quiso ser.

 

 

Conocí este poema Aceituneros de Miguel Hernández en París, Francia, por allá por el año 72, cuando yo vivía en la Ciudad Luz junto con mi familia. Mis hijos iban al Lycèe Paul Valéry, que quedaba cerca de nuestra casa; yo estudiaba francés y una maestría en Arte, que me apasionaba, mientras mi esposo, que era ingeniero civil, trabajaba con diferentes compañías   francesas en la representación de la construcción de un Metro para un país latinoamericano. El tiempo apremiaba siempre a todos, así es que a mí me tocaba ir al correo que quedaba cerca de casa y era la portadora de llevar todas las cartas de la familia al correo y traer al mismo tiempo toda la correspondencia familiar a casa. Así, de tanto ir y venir, un empleado del correo un día se dirigió a mí en castellano y me extrañó mucho, pero me alegró al mismo tiempo.  Era un joven andaluz al que le llamó la atención que una familia que hablaba castellano estuviera en París y tan cerca del correo en donde él trabajaba. Y así se entabló una amistad con este joven español que había llegado con su familia a Francia, producto de la Guerra Civil de España. No recuerdo para nada el nombre de este inusual ‘’cartero’’ tan gentil y curioso por escuchar, y escuchar, su no olvidada lengua: el castellano, el español. Y así fue, como este joven cartero me presentó este poema Aceituneros, que yo comparto hoy con ustedes. Guardé por muchos años en unas hojas de papel mimeografiado con tinta color violeta, que era el color de las hojas mimeografiadas de aquellos años, este maravilloso poema del gran poeta español, desconocido para mí.  Y de este modo, pude o “tuve” que leer en francés, la vida de Miguel Hernández, que, por cierto, no llegaba a Latinoamérica, puesto que en España estaba prohibido el poeta, y sus versos no llegaban hasta nuestros países; allí también estaban vedados.

Triste fue la vida de este gran poeta español, del cual nos preocuparemos hoy de leer algunos de sus poemas y algo de su dolorosa biografía.

 

Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 30 de octubre de 1910 – Alicante, 28 de marzo de 1942) es reconocido como uno de los poetas más importantes de la lengua castellana. De familia muy pobre, tuvo que dejar sus estudios para ponerse a pastorear el ganado ovino de su padre, que no quería que Miguel se dedicara a la poesía y a los estudios; aun así, pudo desarrollar su capacidad poética por ser un gran lector de la poesía clásica española. Siendo un joven adolescente y ávido de lecturas, encontró apoyo y guía en el sacerdote Luis Almarcha y en su amigo Ramón Sijé, a quien conoció en las tertulias literarias en Orihuela.

A partir de 1930 comienza a publicar sus poesías en revistas como El Pueblo de Orihuela o El Día de Alicante. Se va a Madrid en 1930 y permanece allí dos años en los que colabora en distintas publicaciones, relacionándose con los poetas de la época. A su vuelta a Orihuela redacta Perito en Lunas, donde se refleja la influencia de los autores que lee en su infancia, Garcilaso, Góngora, Quevedo y San Juan de la Cruz, y de aquellos que conoce en su vida en Madrid.

En 1934 conoce a Josefina Manresa quien se convertirá en su más firme apoyo, en su musa y en su esposa. En el Madrid republicano, Hernández encuentra empleo como redactor en el diccionario taurino de Cossío y en las Misiones pedagógicas de Alejandro Casona; colabora además en importantes revistas poéticas españolas. Escribe en estos años los poemas titulados El silbo vulnerado e Imagen de tu huella, y el más difundido El Rayo que no cesa (1936).

La Guerra Civil española lo encuentra en una gran actividad poética y teatral, y también muy consciente de su compromiso republicano. De ese periodo son los libros Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1938) escritos en un estilo que se designó como “poesía de guerra”. El fallecimiento de su hijo en 1938 supondrá para el poeta una profunda tristeza o depresión con la que, a juicio de la crítica, su palabra alcanza un patetismo elegíaco. Al finalizar la guerra intenta irse de España, pero es detenido en la frontera con Portugal. En la cárcel concluye el célebre Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941), su testamento espiritual. Condenado a pena de muerte, se le conmuta por treinta años de cárcel, pero no llega a cumplirla porque muere de tuberculosis el 28 de marzo de 1942 en la prisión de Alicante.

Su Nana de la Cebolla ha llegado hasta nuestros días a través de la inolvidable voz de Joan Manuel Serrat y es uno de sus poemas más conocidos.

Miguel Hernández es considerado poeta de la generación del 27 y también de la generación del 36. Sus poemas son un canto, una reclamación…. Aún agradezco de corazón al joven cartero andaluz que se tomó la molestia de llevarme los poemas de Miguel Hernández mimeografiados a mi casa del Boulevard Vincennes en París, Francia…

 

 Sentado sobre los muertos

Sentado sobre los muertos

que se han callado en dos meses,

beso zapatos vacíos

y empuño rabiosamente

la mano del corazón

y el alma que lo mantiene.

Que mi voz suba a los montes

y que baje a la tierra y truene,

eso pide mi garganta

desde ahora y desde siempre

        Nana de la Cebolla

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre:

escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla:

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre,

escarchada de azúcar,

cebolla y hambre.

Una mujer morena,

resuelta en luna,

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna.

Ríete, niño,

que te tragas la luna

cuando es preciso.

 Alondra de mi casa,

ríete mucho.

Es tu risa en los ojos

la luz del mundo.

Ríete tanto

que en el alma al oírte,

bata el espacio.

Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.

Es tu risa la espada

más victoriosa.

Vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol.

Porvenir de mis huesos

y de mi amor.

La carne aleteante,

súbito el párpado,

el vivir como nunca

coloreado.

¡Cuánto jilguero

se remonta, aletea,

desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.

Nunca despiertes.

Triste llevo la boca.

Ríete siempre.

Siempre en la cuna,

defendiendo la risa

pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,

tan extendido,

que tu carne parece

cielo cernido.

¡Si yo pudiera

remontarme al origen

de tu carrera!

Al octavo mes ríes

con cinco azahares.

Con cinco diminutas

ferocidades.

Con cinco dientes

como cinco jazmines

adolescentes.

Fronteras de los besos

serán mañana,

cuando en la dentadura

sientas un arma.

Sientas un fuego

correr dientes abajo

buscando el centro.

Vuela niño en la doble

luna del pecho.

El, triste de cebolla.

Tú, satisfecho.

No te derrumbes.

No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.

Canción última

Pintada, no vacía:

pintada está mi casa

del color de las grandes

pasiones y desgracias.

Regresará del llanto

adonde fue llevada

con su desierta mesa

con su ruinosa cama.

Florecerán los besos

sobre las almohadas.

Y en torno de los cuerpos

elevará la sábana

su intensa enredadera

nocturna, perfumada.

El odio se amortigua

detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.

 

 

Bibliografía

García Posada, Miguel. Los poetas de la generación del 27. España: Anaya. 1992.

Hernández, Miguel. Antología Poética. España: Literatura Pública. 2023.

Hernández, Miguel. Antología Poética. B.A.: Losada.1998.

Tusón, Vicente. La poesía española de nuestro tiempo. España: Anaya. 1990.

 

Sonia M Martin es periodista, escritora y poeta. Es asimismo profesora de literatura, sociología del teatro Latinoamericano, así como profesora de historia del arte e historia del traje. Ha publicado varios libros y tiene premios literarios en Latinoamérica y en Estados Unidos.

Madre de tres hijos y abuela de seis nietos. Cuida una colonia de gatos salvajes y tiene en su casa varios gatos y gatas. Practica Yoga, Tai Chi, Fitness y Danzas Orientales; se inició en las Danzas Orientales a los 75 años y al día de hoy, Sonia tiene unos saludables y energéticos 86 años.

Adora los felinos y es protectora de la fauna y del Planeta Tierra. Baila en diversos festivales de Danzas Orientales y baila en donde la inviten a bailar. Su pasión es leer, escribir, bailar, tejer, cocinar, cuidar sus gatos y tener muchos amigos. Adora las redes sociales y el WA.