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December 5, 2025

Hablemos de Política y Religión

Por Luis Manuel De la Teja

Ciudad de México, dic. 5, 2025 – En más de una ocasión se ha dicho que, por mera cortesía, no debemos hablar sobre religión ni política, ni mucho menos discutir. El resultado es que de los temas esenciales para la vida de una sociedad verdaderamente libre, no se habla, tanto  de lo trascendental que es la religión; como de política, la encargada de ordenar las realidades temporales. En consecuencia, la conversación publica se reduce a nivel de lo banal. Con ello se asfixia la libre discusión sobre los dos ámbitos más importantes que guían la vida del hombre.

Para el cristiano, la religión y la política son inseparables porque son inseparables los dos grandes mandamientos de Cristo: que amemos a Dios Nuestro Señor y que amemos a nuestro prójimo. Del mismo modo, el objetivo de los fundamentalistas laicistas de separar la religión de la política no es solamente una ofensa al cristianismo, sino un intento de hacer desaparecer a los cristianos de la vida política. Es una idea central en la doctrina social de la Iglesia Católica.

Conversar sobre religión y la política  es de vital importancia para la vida de una sociedad auténticamente libre.

La pregunta obligada entonces es ¿Como se explica la indiferencia hacia la acción política?

Ese rol le toca a los laicos, a través de la política, quienes tienen la responsabilidad de las estructuras temporales, mientras que la jerarquía eclesiástica, mediante la religión, se centra en la guía espiritual y trascendental, iluminando la conciencia de los fieles para su acción en el mundo.

Pero esto no es nada nuevo. El fundamentalismo laicista siempre ha sido intolerante hacia el cristianismo y siempre ha pretendido excluir a los cristianos del discurso político. Desde la persecución de la Iglesia primitiva y el martirio de innumerables primeros cristianos al Terror de la Revolución Francesa, pasando por el exterminio de cristianos durante el pasado siglo en los campos de concentración del nacional-socialismo y del internacional-socialismo, la intolerancia del fundamentalismo laicista ha crucificado continuamente el cuerpo de Cristo al tiempo que ha corrompido continuamente el cuerpo político.

En nombre de los revolucionarios franceses y rusos arrebataron a los cristianos la libertad en nombre de la libertad, discriminaron a los cristianos en nombre de la igualdad y asesinaron a los cristianos en nombre de la fraternidad. No es sorprendente, por tanto, que la nueva generación de fundamentalistas laicistas sea intolerante contra el cristianismo en nombre de la tolerancia, o que apruebe el asesinato de los niños no nacidos en nombre de la libertad.

Sin embargo, la mayor hipocresía del fundamentalismo laicista no se encuentra en su abuso del lenguaje, sino en su insistencia en que la religión debe ser excluida de la plaza pública, cuando él mismo es una religión.