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April 16, 2024

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LA TÍA ESPERANZA

Por Lic. María Esther Schumacher

Mis antepasadas. Mujeres que conocí. Abuela paterna, tía Esperanza Schumacher y mi mamá. Tres mujeres diferentes, pero que tuvieron una influencia definitiva en mi formación.

Creo que puedo decir que mi tía Esperancita se dedicó toda su vida a consentirme y a enseñarme todo lo que sabía y que le hubiera gustado transmitir a una hija. Nunca pudo tenerla. La tía, para mí, la única que tuve, nació a principios del siglo XX en Cuernavaca. Hija del primer matrimonio de mi abuela Esther con un hombre mucho más grande que ella, un comerciante español,  Agustín Sota. Fue un matrimonio arreglado por los padres.

Nació la tía y muy pocos años después la abuela Esther se quedó viuda y con una hija. Cuando mi tía llegaba a la adolescencia, su madre conoció a Theodor Schumacher, mi abuelo. Había llegado a México y luego a Cuernavaca, buscando un clima templado para ver si desaparecía el  asma que lo aquejaba. Recomendación de su médico en su natal Darmstadt.

Theodor y Esther declaraban su amor en románticas cartas que encontré entre unos papeles viejos del abuelo. Se casaron y establecieron su hogar en Acapantzingo, la propiedad que el abuelo había comprado muy cerca de Cuernavaca y en donde había establecido un próspero negocio de producción de miel de abeja que exportaba a Alemania.

Después de casarse, Theodor adoptó, según las leyes alemanas a la niña Esperanza. De aquí en adelante la vida cambió totalmente para mi Tía Esperancita. Ahora se llamaba Esperanza Schumacher Muñoz, tenía una familia completa con un papá que la quería y se preocupaba por ella. Vivía en una enorme finca en donde se sentía libre, aprendió a convivir con perros, conejos, gallinas y patos. Su papá Theodor le enseñó a apreciar la vida en el campo, a montar a caballo y atender a las colmenas.

Cuando mi tía Esperancita me contaba de su vida en Acapantzingo, se le iluminaban los ojos y repetía mil veces que esos años habían sido los más felices de su niñez y juventud.  Como mi abuelo era un hombre culto, se preocupaba por la educación de la tía. Le contrató una institutriz para que le enseñara las materias escolares. Por las tardes, frente a una taza de café y el tradicional pedazo de pastel alemán, le contaba sobre la cultura y las costumbres alemanas y en general europeas. Además le enseñó inglés, alemán y francés.

Al poco tiempo de casados, Theodor y Esther tuvieron un hijo. Gustavo Teodoro Schumacher Muñoz, mi papá. La tía, ya de 14 años, fue feliz con la llegada de su hermano. Aunque mi abuela sí hacía diferencia entre sus hijos, mi papá era el consentido, mi abuelo se siguió dedicando a la instrucción de mi tía lo cual le permitió después en la vida ser una mujer diferente, especial.  De las labores de la casa sólo le gustaba cocinar y hornear pasteles y lo hacía magistralmente.

Esperanza Schumacher.

Siempre quise mucho a la tía y pasaba mucho tiempo con ella. Aprendí lo importante que era la libertad y lo difícil que era para una mujer ejercerla. Fue la primera mujer que conocí que se había divorciado y que trabajaba en una empresa. Cuando yo tenía 12 años la tía se volvió a casar con un hombre divorciado.  Mis tíos eran una pareja que siempre estuvo enamorada y que se pasaban la vida viajando y parrandeando como novios. Eran muy cercanos a mis papás y eran especialmente cariñosos con sus sobrinos, mi hermano y yo.

Durante los años de mi niñez y adolescencia, mis tíos Esperancita y Luis siempre tenían un plan para llevarme a algún lado. Con ellos conocí lugares cercanos a la ciudad de México, ideales para un fin de semana. Los viernes, en cuanto salían de trabajar, empacaban el coche y pasaban por mí, lista para la aventura. Íbamos a Cuernavaca en donde varios de sus amigos tenían casa, a Las Estacas a nadar por el río a sitios arqueológicos o a días de campo a lugares como Popo Park. A veces nos quedábamos en la ciudad y mi tía me llevaba a conciertos, al ballet en Bellas Artes, a recitales del coro en donde cantaba  o algunas obras de teatro para niños.

Cuando yo entré a la prepa mi papá compró una casa de campo y un par de años más tarde pudo cumplir la ilusión de su vida. Compró el rancho San José Amealco. Estos hechos cambiaron la dinámica de los fines de semana. Ahora tenía un lugar donde invitar amigos. Sin embargo mi relación con los tíos no cambió. Ellos se unieron al grupo de fines de semana en el Rancho. Empecé a querer ir a fiestas y bailes y como a mi papá no le gustaba bailar y menos el rock ´n roll que empezaba con furor, mis tíos, los fiesteros, se apuntaban para llevarme a todos lados. Ellos lo disfrutaban y yo también.

Hay algo que me enseñó mi tío Luis y que hasta la fecha me encanta, los coches. Él era un mecánico de primera y manejaba como piloto de carreras. Nos llevaba a la tía y a mí a todas las carreras de coches. Fuimos a la inauguración del Autódromo Hermanos Rodríguez y vimos correr a los dos a Ricardo y a Pedro. Me enseñó a manejar. Después a conocer el motor de mi primer coche. Juntos le hacíamos el servicio a mi  Volkswagen.

Mi tío murió años antes que la Tía Esperancita, pero hasta el día de hoy lo recuerdo al ver las carreras y especialmente cuando me subí al primer coche eléctrico, un Tesla. La tía murió a los 92 años pero nunca perdió su inteligencia y la disfrutamos mis amigos y mis hijos en su casa con su plática amena y siempre frente a una taza de café y un regio pastel. Seguía hablando alemán, inglés y francés, leía el Time y otras revistas en francés y  alemán. Lo último que aprendió ya muy vieja fue a manejar la computadora de mis hijos. Así era la tía Esperancita, una mujer excepcional.

Lic. María Esther Schumacher realizó su especialización en Estudios Latinoamericanos. Facultad de Filosofía y Letras UNAM. Profesora de la UAMX y la UNAM. Directora de Cultura y Medios de Comunicación. Programa para las Comunidades Mexicanas en el Extranjero. Secretaría de Relaciones Exteriores de 1990 a 2000. Editora del periódico bilingüe La Paloma.