La Oferta

March 28, 2024

La gerontocracia en EE.UU., en el poder hasta que la muerte los separe

El presidente electo de EE.UU., Joe Biden. EFE/EPA/SAMUEL CORUM/Archivo

Nueva York, 18 dic (EFE).- Con la llegada de Joe Biden, de 78 años, a la Casa Blanca en enero y la inauguración de un Congreso más viejo que nunca, Estados Unidos se consolida como una gerontocracia de octogenarios, que se resiste a los achaques de la edad y con una energía envidiable ante las peticiones de cambio de las nuevas generaciones.

En la inauguración del mandato del presidente Barack Obama se produjo una triste escena que ejemplifica el difícil combinación de edad y poder. Robert Byrd, el senador más veterano de la historia del país, se retiró entre sollozos de un almuerzo organizado por el joven mandatario, después de ver cómo se llevaban en ambulancia a su compañero de bancada, un enfermo Ted Kennedy, de 76 años.

Byrd falleció un año después a los 92 años de edad, aún trabajando como legislador tras más de medio siglo. En su funeral habló el entonces vicepresidente, un relativamente joven Joe Biden, por aquel entonces bordeando los 70 años y que en enero se convertirá en el presidente de mayor edad de la historia del país.

Biden superará el 20 de enero el récord que estableció Trump, que llegó a la Casa Blanca con 70 años, mientras que el nuevo Congreso que se inaugurará en pocas semanas tendrá una media de edad de 59 años, un récord histórico, que podría también superar el Senado, donde quedan por determinar varios escaños.

ÉLITE OCTOGENARIA

La élite del Gobierno en Washington es una colección de décadas de experiencia, achaques de salud y tenacidad ante la inexorabilidad del tiempo: Nancy Pelosi, con 80 años, es la líder de la mayoría demócrata de la Cámara de Representantes y Mitch McConell, con 78, está a la cabeza de la mayoría republicana en el Senado y recientemente compareció con la cara y las manos amoratadas e hinchadas, lo que levantó las alarmas.

Desde noviembre han aumentado las voces que piden que Diane Feinstein, de 87 y la senadora de más edad, se replantee sus planes para completar seis años de trabajo legislativo tras ganar su reelección por California en 2018 y que, si la salud física y mental se lo permiten, la mantendría en el poder hasta los 91 años.

En sus más de cuarenta años de carrera política, Feinstein ha tenido tiempo de sobra para dejar su marca en la historia de Estados Unidos como una de las más combativas y mejor informadas miembros de comités tan importantes como el de Inteligencia o el Judicial, desde donde destapó las torturas de la Guerra contra el Terror tras el 11S o es una de las creadoras de la actual arquitectura de seguridad nacional y espionaje.

Un exhaustivo reportaje publicado este mes en la revista New Yorker revelaba las dificultades cognitivas a las que se enfrenta a diario la octogenaria y atribuía responsabilidad a algunos miembros de su gabinete por ocultar sus problemas asociados con la edad y mantenerla en los puestos más importantes del Senado, algo de lo que dependen sus carreras.

La política progresista Alexandria Ocasio-Cortez, congresista neoyorquina de 31 años, pidió esta semana la salida de Pelosi y del líder demócrata en el Senado, Chuck Schumer, de 70 años, pero reconoció las dificultades para que esto suceda.

DEMOCRACIA “VIEJOVEN”

Estados Unidos es la democracia joven más vieja del planeta. Si Biden encadenara dos mandatos como hizo Obama, serviría en este puesto hasta los 86 años, por lo que la edad, en plena pandemia de la covid-19, es una Espada de Damocles que afecta a la estabilidad de este país.

El sistema de primarias y control interno de los partidos, especialmente en los estados en los que son hegemónicos como California para los demócratas o el centro-sur para los republicanos, hace que sea muy difícil dar paso a nuevos candidatos que los votantes puedan apoyar.

“Los partidos se inclinan más por candidatos más viejos, mejor conocidos, frente a los más jóvenes, para evitar riesgo pese a que tienen más potencial a largo plazo”, explicaba hace una semanas el columnista Jonathan Bernstein.

Jairo Mejía